lunes, 16 de marzo de 2009

Cooperativismo: Alternativa al capitalismo (IV Parte)


7) El cooperativismo

Contestada, pues, la primera pregunta que hemos hecho y sentada esta teoría, que, por justa, elimina las clases e iguala a todos en su categoría de productor, la organización de la sociedad económica no puede ser otra que el régimen cooperativo. Entendemos por sistema cooperativo aquel que organiza la sociedad productora de manera que los tres elementos que la componen se consideren socios, tanto para la obtención del producto como para la dirección y administración de la empresa como para la distribución de los beneficios.
Supongamos una empresa que al momento de reunirse por primera vez los que hayan de aportar el capital preciso para constituirse, se levantara uno de ellos y dijera: “ Señores, aquí estamos hablando de formar una sociedad industrial, y creemos todo resuelto con sólo haber reunido el capital necesario; sin embargo, mañana, una vez cumplida esta primera formalidad, tenemos que acudir a una segunda y a una tercera que no es cosa de juzgarlas secundarias; me refiero a la necesidad de buscar otros socios que, en lugar de aportar dinero como nosotros, aporten su inteligencia o aporten su esfuerzo físico”. Entonces, sin duda, se produciría una discusión acalorada; unos se levantarían airados contra esta insolencia de dar categoría de socios a unos hombres que bastaba con darles categoría de proveedores; otros, en cambio, encontrarían motivo suficiente para la meditación.
La diferencia, como se ve, no puede ser mas absoluta, sobretodo desde el punto de vista económico. Si los técnicos y los obreros son mirados como simples proveedores, no hay porqué dialogar con ellos sobre el reparto de los beneficios; se les paga el sueldo o el salario, y nada más. Pero si son mirados como socios, entonces la cosa cambia radicalmente; entonces hay que tenerles presentes, no sólo en el trabajo, como hasta ahora, sinó también en el provecho. Ante esta diferencia, aquellos encontrarán sin duda, argumentos abundantes para sostener su tesis, que no es otra que la tesis capitalista, y plantearán la discusión en el terreno económico: “ Si el propósito que les une no es otro que el de ganar, ¿ a que viene hacerse consideraciones de otro orden ? ”
Estos, en cambio, meditarán en un sentido más profundo: “ Efectivamente-pensarán-, nuestro último fin es ganar dinero; pero antes resolvamos esta duda: ¿en función de que podemos establecer esa diferencia que nos lleva a considerar socios a unos si y a otros no? ¿En que el trabajo es una mercancía y el dinero no? ¿En que el dinero nos da a nosotros una personalidad que a ellos les falta? Decididamente, si los socios se caracterizan por sus aportaciones, difícil será demostrar que tienen más derecho los que aportan dinero que los que aportan trabajo; y si se reúnenpor su calidad humana, tan hombre es el que tiene una cosa como el que tiene otra. Además, considerando la sociedad desde el punto de vista de su objeto (ganar dinero), ¿ no se garantiza mejor el rendimiento del trabajo si, en lugar de tener al obrero desligado del beneficio que produce, se le interesa en una parte de él ? Todas esas huelgas, esa resistencia pasiva, esos actos de sabotaje, ¿ no se acabarían automáticamente en el momento de que los perjuicios recayeran por igual sobre el capital y sobre el trabajo?
Y como estos argumentos podrían multiplicarse indefinidamente, sobre todo si el que los utiliza empieza por considerar el trabajo, como lo hemos hecho nosotros, en un sentido cristiano, ceerán que, sin duda alguna, el técnico y el obrero tienen que entrar a formar parte de esa sociedad en calidad de cooperadores, con iguales derechos y obligaciones que los otros socios; y aquí empieza el régimen cooperativo.
Ahora bien; un régimen cooperativo exige dos cosas: la constitución de la empresa en determinado sentido y la distribución equitativa de los beneficios. De estas dos cosas nos ocuparemos en el capítulo siguiente; pero dejemos aquí constante su necesidad. No basta reconocer al obrero unos derechos, además de las obligaciones hasta ahora reconocidas; es preciso llevarlas a la práctica. No basta con reconocerle su calidad de productor y elevarle a la categoría de socio; hay que hacer de él un verdadero socio, tanto en su jerarquía como en su responsabilidad, sin fijarse para ello en esa objeción sañuda que el especialista en hacer dinero puede poner a su falta de preparación financiera. ¿Es que la mayoría de los accionistas actuales tienen una capacidad mayor que la suya? ¿Es que ese mismo obrero, si tiene dinero y compra una acción de su propia empresa, adquiere automáticamente la capacidad que antes le faltaba? Dura cosa es ésta de empeñarse en afirmar que el dinero es lo que diferencia a los hombres.
El sistema cooperativo no hace mas que extender a todos estos órdenes de la vida financiera la cooperación establecida ya para la obtención del producto; si es cierto que nadie puede producir sin recurrir al trabajo y a la técnica, que no se venga con argucias dialécticas a convencer al trabajador de uno y otro campo que debe sentirse productor de las cosas pero no de los beneficios; la cosa y su valor es algo que marcha indisolublemente ligado, y cuando se acepta la cooperación para lo uno es preciso aceptarla también para lo otro. Sólo así es posible alcanzar ese sueño dorado que durante toda la etapa capitalista ha cubierto de ilusión a los mas ingenuos partidarios del sistema. Un patrono capitalista, y me refiero ahora únicamente a un patrono ejemplar, lleno de honradez y de buenos propósitos, afable, caritativo y generoso, se estrellará siempre ante este próposito de conquistar el afecto y la adhesión de sus obreros. “¿ Como es posible –pensará- que el obrero no sienta como suya la causa de la empresa y no corresponda a los favores que recibe con un mayor esfuerzo para el aumento de la producción?” La respuesta es sencilla, y lo incomprensible es que no se la haya hecho antes el hombre capitalista: “¿Ha probado usted –se le podría contestar- a darle lo que es suyo? Porque pedirle que se afane en mejorar la producción y decirle que esto lo debe hacer porqué así conviene al accionista es ingenuidad impropia de un mundo en que los estómagos están distribuidos a uno por cabeza.”
Adhesión, ¿en nombre de qué ? El sistema capitalista podrá pedir al obrero sometimiento, e incluso se lo podrá imponer con la Guardia Civil, porqué para eso ha logrado previamente una legislación adecuada; pero lo que no podrá jamás es lograr que ese sometimiento se transforme en adhesión. ¿Adhesión a la causa ajena? No. El hombre no se adhiere más que a las propias causas, a las que de veras comprende que son suyas; y aun en el caso de ese empresario ejemplar que hemos visto lleno de perplejidades haciéndose toda clase de consideraciones beatíficas, la causa del capitalismo no es la causa del trabajo, sino del dinero.
“ Que se entusiasme el dinero; que defienda él sus posiciones –dirá el obrero-; pero que no pida que esas posiciones sean defendidas también por los que en ello no tienen arte ni parte.“ Y en esto, tiene razón; mientras no se establezca un sistema justo, mientras al obrero y al técnico no se les abran las puertas de la empresa como se le abren al capitalista, mientras se empeñe en conservar para el dinero una jerarquía superior al trabajo y se haga valer contra éste el criterio de que es el único capaz de producir dinero; en una palabra, mientras no se implante el sistema cooperativo, no se llegará a una colaboración total, absoluta y definitiva entre los tres elementos indispensables de la producción; y mientras esto no suceda, la sociedad estará ahí, rota y amenazando en todo momento con acabar a tiros, porque sólo está basada en el poder de los unos y en la necesidad de los otros.

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